Hipólito Yrigoyen es uno de los hombres más influyentes en la historia
del país. El yrigoyenismo, como el rosismo antes, como el peronismo después, ha
sido considerado uno de los movimientos populares más extensos y más profundos
en la historia nacional. La marca del líder del radicalismo fue la de la
creación del primer movimiento de masas con participación electoral. También,
la del fin del régimen oligárquico e incluso la de la primera intervención
estatal a favor de los trabajadores en un conflicto con la patronal.
Nacido
el 12 de julio de 1852 en una Buenos Aires vencida en la Batalla de Caseros, el
político Argentino Hipólito Yrigoyen quién fue el primer presidente de la
Nación elegido por la ley de voto universal, secreto y obligatorio, hijo de
vascos y nieto de un seguidor de Rosas ahorcado por sus opositores, Juan
Hipólito del Corazón de Jesús Yrigoyen tuvo en el joven Leandro N. Alem, su
tío, el modelo político a seguir.
Militó
con él de muy chico en el Partido Autonomista de Adolfo Alsina y, por
recomendación suya también fue nombrado, con sólo 20 años, Comisario de
Balvanera. Lo siguió también en su ruptura con el autonomismo, siendo electo
diputado provincial, más tarde diputado nacional por el roquismo y alejado de
la fuerza dominante, hacia fines de la década de 1880, hizo sus pasos hacia la
conformación de una nueva fuerza política: la Unión Cívica, posteriormente,
Unión Cívica Radical.
Profesor
de colegio, luego pequeño hacendado, dedicó sus energías y dinero a la
política, aunque no dejó de tener numerosas e informales relaciones amorosas,
fruto del cual nació una hija, Elena, la única reconocida.
A
partir de 1890, descreído del régimen existente, participó activamente de las
revoluciones cívicas, 1890, 1893 y 1905. Su crecimiento como líder vino de la mano
de la ruptura política con su tío, quien se suicidaría en 1896. No obstante el
fracaso de las insurrecciones organizadas, la presión del intransigente
radicalismo y de las luchas obreras llevaron a la apertura electoral hacia
1912, con la Ley Sáenz Peña. Primero fueron los triunfos provinciales y,
finalmente, en 1916, sobrevendría el gran cambio: por primera vez se elegía por
voto secreto y masculino un presidente en el país.
El
primer mandato de “el peludo” o “el vidente”, duró hasta 1922. En 1928, con el
radicalismo ya claramente dividido en personalistas y antipersonalistas,
alcanzó su segundo mandato, que terminaría abruptamente en 1930, con un golpe
militar encabezado por José Félix Uriburu. Yrigoyen fue detenido y confinado en
la isla Martín García. Fallecería en Buenos Aires, el 3 de julio de 1933.
Lo
recordamos en esta oportunidad con las palabras que dirigiera al gobernador de
Santiago del Estero el 17 de septiembre de 1920 advirtiéndole sobre el retraso
que implicaría para su provincia la venta en un solo lote de un millón
setecientas mil hectáreas de tierras fiscales, que el gobernador se proponía
vender para afrontar las dificultades financieras. Tal medida significaba caer
“en el concepto anacrónico del
latifundio que retarda el progreso,
sustrayendo esas grandes extensiones de toda útil y vigorosa labor colectiva”.
También se refería a las ventajas de disponer de la tierra pública en el
momento oportuno “en la proporción más subdividida posible”.
Fuente:
Comunicación de Hipólito Yrigoyen al gobernador de la provincia de Santiago del
Estero, 17 de septiembre de 1920, en Gabriel del Mazo (comp.), El pensamiento
escrito de Yrigoyen, Buenos Aires, 1945, pág. 85-86.
Mantenimiento
de la tierra pública
Ha
llegado a conocimiento de este gobierno el decreto de V.E. ofreciendo en venta
en un solo lote un millón setecientas mil hectáreas de tierras fiscales. La
trascendencia de este acto, impulsado, sin duda, por los más sanos propósitos,
me deciden a hacer conocer a V.E. la opinión que le merece al Poder Ejecutivo
nacional, considerando, a la vez, que de no proceder así, faltaría a un alto
deber de solidaridad nacional y aún de consideración personal a V.E.
La
venta de esa grande extensión de tierra fiscal salvará acaso las dificultades
financieras de esa provincia y permitirá al gobierno de V.E. llenar las
necesidades públicas a que se alude en el decreto, pero ninguna de esas
ventajas compensarían las consecuencias que ha de acarrear a la provincia una
enajenación de esa importancias, por remunerativo que llegara a resultar su
precio.
La tierra pública, empleada como elemento de trabajo, es el más
poderoso factor de civilización, de ahí que una nación del grado de cultura a
que ha llegado la nuestra, no deba desprenderse de sus tierras sino para entregarlas
a la labor de muchos, a la colonización intensa y a la radicación de hogares múltiples. De otra manera, se cae en el
concepto anacrónico del latifundio que retarda el progreso, porque especula a
sus expensas, sustrayendo esas grandes extensiones de toda útil y vigorosa
labor colectiva.
Felizmente
y tras grandiosos esfuerzos, estamos en pleno renacimiento de vida y de valores
nacionales; pero no hemos llegado todavía a la hora en que convenga
desprenderse de la propiedad raíz que ha de fundamentar los mayores
desenvolvimientos de la nacionalidad. Bueno es disponer de la tierra pública en
la proporción más subdividida posible, pero es necesario hacerlo en tiempo y
razón para alcanzar todos los beneficios que justamente deben esperarse de la
riqueza nativa.
Estos
conceptos han inspirado la política seguida por el gobierno nacional que, como
V.E. sabe, la llevó a cabo con éxito, reivindicando las grandes extensiones que
se habían sustraído al patrimonio de la Nación y a la aplicación que
sociológica y científicamente debe dárseles. La enajenación en esa forma
satisface objetivos fiscales, pero no económicos, y las mismas obras de
progreso que V .E. debe realizar, se resentirán de inmediato del
empobrecimiento de la provincia a que la condena el hecho de disponer de esas
tierras que deberán determinar su engrandecimiento futuro.
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